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in Estudios internacionales (Santiago)
Liberalización política y política exterior: las disputas en torno a las concepciones del papel nacional en Túnez tras la caída de Ben Ali (2011-2016)
Resumen:
La política exterior de Túnez en los primeros años de la liberalización política fue el resultado de las concepciones del papel nacional que tenían sus protagonistas, los cuales intentaron concretar dentro de un marco institucional y político en rápida evolución. El caso tunecino lleva a matizar el predominio de las élites como fuentes exclusivas de las concepciones de roles, ya que la opinión pública, lo mismo que sectores dentro de la propia élite, expresaron su desacuerdo con los conceptos de roles promovidos por los principales protagonistas políticos. Esta tensión, y su peso en el discurso y la praxis de la política exterior, se explora en las decisiones de Túnez hacia las guerras en Siria y Libia.
Introducción
Desde el 14 de enero de 2011, Túnez se ha enfrentado a uno de los dilemas más acuciantes señalados por Samuel P. Huntington y Juan Linz con respecto a la política exterior de los Estados que atraviesan una transición política: saber cuándo, en qué temas y cómo distanciarse de la política exterior del anterior gobierno autoritario y obtener legitimidad (Stepan y Linz, 1996; Huntington, 1994; Halliday, 1999). ¿De qué manera los protagonistas de la liberalización política pusieron en práctica una agenda de política exterior centrada en la movilización alrededor de Túnez como la “Cuna de la Primavera Árabe?” El argumento principal que se sostiene aquí es que la política exterior de Túnez en los primeros años de la liberalización política fue el resultado de las concepciones del papel nacional que tenían sus protagonistas, los cuales intentaron concretar dentro de un marco institucional y político en rápida evolución.
La concepción del papel nacional (CPN) es una herramienta metodológica que captura los vínculos entre la identidad nacional y la formulación de la política exterior ( Holsti, 1970 ; Walker, 1987; Le Prestre, 1997)). En términos generales, las CPN incluyen “las propias definiciones que los responsables políticos tienen de las decisiones, los compromisos, las normas y acciones adecuadas a su Estado, y de las funciones, si las hay, que su Estado debe desempeñar de manera continua en el sistema internacional o en sistemas regionales subordinados” ( Holsti, 1970 : 246). En general, la formación de CPN equivale a un proceso de interpretación mediante el cual los encargados de tomar decisiones tienen la posibilidad de priorizar aspectos específicos de la identidad nacional sobre otros ( Breuning, 2011 : 29). Si bien está inmerso en una cultural nacional, herencia e identidad comunes (Le Prestre, 1997: 9), el concepto de rol nacional puede variar según la evolución de las instituciones y el liderazgo. Dicho de otra manera, las concepciones de los roles de política exterior están fundamentalmente vinculadas a los procesos políticos nacionales ( Gigleux, 2016 ; Hudson, 2005 ).
La promesa y el valor de la teoría de roles en el estudio de las relaciones internacionales de Medio Oriente son claros (Darwish y Kaarbo, 2021). En el presente análisis se toma a las CPN como variables independientes para explicar las decisiones de política exterior ( Catalinac, 2007 ). Asimismo, la atención se centra principalmente en las élites de política exterior y en el liderazgo político, ello con base con en dos premisas: 1) son quienes toman decisiones sobre cómo debe comportarse un país en el exterior; 2) se comportarán según su idea de lo que es aceptable para la población o para amplios sectores de esta. Con todo, el análisis del caso tunecino lleva a matizar el predominio de las élites como fuentes exclusivas de las concepciones de roles, ya que la opinión pública tunecina, lo mismo que sectores dentro de la propia élite, expresaron su desacuerdo con los conceptos de roles promovidos en las primeras etapas de la transición.
El principal dilema de los gobiernos de transición tunecinos ha sido encontrar un equilibrio entre las nuevas condiciones de la relación con la comunidad internacional y la necesidad de cumplir con las expectativas populares (Stranger, 1995). Las concepciones del papel de Túnez se han dividido entre estas dos fuerzas o condiciones. Su tensión y peso en el discurso y la praxis de la política exterior se estudian en las elecciones de Túnez hacia las guerras en Siria y Libia durante el gobierno interino de Béji Caïd Essebsi, los gobiernos de la llamada Troïka, y del primer gobierno bajo la presidencia de Essebsi. Estos cortes corresponden, grosso modo, a las primeras tres etapas del ciclo de la transición (Abderrahim, et. al., 2019).
Dos objetivos principales guían esta investigación. El primero es llenar un vacío en la discusión académica sobre la política exterior de Túnez. Existe documentación sobre las políticas exteriores de los países del Medio Oriente y el Norte de África, pero no ha sido frecuente que se incluya a este país del Norte de África. Asimismo, se han publicado varios trabajos sobre las consecuencias de los levantamientos árabes de 2011, aunque se enfocan principalmente en la evolución de las luchas políticas internas, las economías o sus repercusiones regionales ( Murphy, 2015 ; Allal y Geisser, 2018). En el número especial editado por Yahia Zoubir y Gregory White, se estudian los efectos de los levantamientos árabes de 2011 sobre la política exterior de los países del Magreb, incluida Túnez (Larramendi y Fernández-Molina, 2015). De nuestro conocimiento, solamente se ha publicado a la fecha una obra colectiva sobre las relaciones internacionales de Túnez desde 2011, aunque no desde un enfoque de análisis de política exterior (Abderrahim y Krüger, 2019). En segundo lugar, con esta investigación se aspira a contribuir al diálogo entre el subcampo del análisis de política exterior y el constructivismo. Como David P. Houghton señala, el énfasis en las ideas individuales y la toma de decisiones puede complementarse con nociones constructivistas de creencias colectivas —en este caso, los papeles nacionales que se busca reflejar en una política exterior— ( Houghton, 2007 ).
El enfoque metodológico combina y cruza diversas fuentes: discursos públicos y acciones de presidentes, jefes de gobierno, ministros de relaciones exteriores y diplomáticos de Túnez desde 2011; la movilizaciones y consignas de la opinión pública y grupos asociados (como los sindicatos); estudios históricos; informes de organizaciones internacionales, entre otros. También se basa en la identificación y el examen de algunas de las principales redes institucionales y personales de la política exterior tunecina.
En una primera sección se exponen los principales elementos del período poscolonial de Túnez con el régimen y los gobiernos encabezados por el presidente Habib Burguiba (1957–1987) y el régimen de Zine el-Abidin Ben Ali (1987–2011). Esta sección proporciona los antecedentes necesarios para la comprensión de algunas de las principales fuentes de los roles. Posteriormente, se desarrolla el análisis de las concepciones del papel nacional de Túnez defendida por los protagonistas de la Troika. En una tercera y última parte se estudia la evolución de las concepciones del papel nacional de Túnez tras el juramento de la nueva Constitución de 2014. Se identificarán elementos de continuidad con respecto a papeles anteriores a la sublevación, con sus matices respectivos.
El papel nacional de Túnez antes de 2011: del equilibrista al activo de la estabilidad
El funcionamiento general del régimen político de Túnez establecido en 1959 se caracterizó por el control de un partido hegemónico, el Neo-Destour, y un desequilibrio entre los tres poderes en favor de un fuerte presidencialismo. Asimismo, en el artículo primero de la Constitución de 1959, que rigió el sistema tunecino hasta 2014, la identidad nacional se mencionaba de manera implícita: “Túnez es un Estado libre, independiente y soberano; su religión es el islam, su lengua la árabe y su régimen la república”.
La construcción mítica de Túnez como una intersección de civilizaciones, con un papel de árbitro, caracterizó el período poscolonial. Dicho papel se tradujo en una política exterior proactiva, por la que se recurrió a instrumentos específicos bajo la presidencia de Habib Bourguiba. Uno de ellos fue el multilateralismo: la Organización de las Naciones Unidas fue la piedra angular de las iniciativas de Túnez. Otro recurso fue el alineamiento con Estados Unidos y con Francia. El presidente Bourguiba gustaba de afirmar que los norafricanos tenían una inclinación particular por los principios de las revoluciones francesa y estadounidense y, en sus propias palabras: “un apego natural para la civilización liberal occidental (así como) una tradición democrática latente” (Rejeb, 2013; Bourguiba, 1957 ). El presidente Bourguiba sentía inclinación personal hacia Estados Unidos por razones ideológicas, políticas y geoestratégicas –los períodos de tensión con París lo alentaron igualmente a favorecer e intensificar los lazos con Washington– ( Ait-Chaalal, 2004 ).
Asimismo, Túnez desafió el liderazgo del mundo árabe que reivindicaba el Presidente egipcio Gamal Abdel Nasser (Rejeb, 2013). Cuando visitó Palestina, en marzo de 1965, Bourguiba pronunció un discurso en Jericó, en el que planteó la necesidad de reconocer un hecho consumado: la partición de la “Palestina histórica”. Sin embargo, también aceptó que Túnez se convirtiese en sede de la Liga Árabe tras la expulsión de Egipto del organismo regional en 1979, y quien acogió a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Túnez, en agosto de 1982.
En el Magreb, Túnez jugó múltiples campos de fuerza y tensión para neutralizarlos en su beneficio. Bourguiba vio la complejidad para su país de estar cerca de Argelia y Libia, así como de moverse en un Magreb marcado fuertemente por la rivalidad entre Marruecos y Argelia ( Ait-Chaalal, 2004 :447). Con los países del Golfo Pérsico existieron tensiones por razones socioculturales, debido a la política de alianzas y porque Túnez se resistió a someterse a relaciones clientelares con las monarquías del Golfo, a pesar de recibir su ayuda financiera ( Banco Mundial, 2010: 14). El laicismo de Bourguiba incluso fomentó que el Gran Muftí de Arabia Saudita, Abdelaziz Ibn Abdallah, emitiera una fatwa condenatoria de las “abominaciones” del presidente tunecino (Foreign Affairs, 2016; Murphy, 1999: 70; García, 1998 : 72) Las elecciones de una política exterior de contrapesos, como las arriba mencionadas, no estuvieron exentas de desacuerdos entre la élite y las masas. Para una parte importante de la sociedad tunecina y los opositores políticos, incluidos los islamistas, pero también sectores de la clase política, Túnez debía reconocer su anclaje en el entorno regional. Así, el presidente buscó contrarrestar las críticas con decisiones como la de enviar a su Ministro de Relaciones Exteriores y al líder de su partido político a la Unión Soviética (URSS), e invitar a Mijaíl Gorbachev a hacer una visita oficial (Rejeb, 1957: 49).
Cuando el gobierno estadounidense de Ronald Reagan legitimó el bombardeo israelí del 1 de octubre de 1985 contra la sede de la OLP en Túnez (en el que perecieron sesenta y ocho palestinos y tunecinos), un inusual consenso antiamericano surgió en Túnez y se fusionó con el final de la longeva presidencia de Habib Bourguiba, ya de por sí marcada por problemas económicos severos. Burguiba fue depuesto en 1987. Su sucesor, Zine El Abidine Ben Ali, anunció solemnemente un “pacto nacional” por la democracia y el Estado de derecho, así como una redefinición de las relaciones internacionales de Túnez.
Con el presidente Ben Ali se mantuvo política de buena vecindad con Libia (para el comercio, la inversión, los trabajadores migrantes y el turismo) y de impulso a la inversión proveniente de los países del Golfo. Al mismo tiempo, con Ben Ali, Túnez preservó la vinculación profunda con sus socios occidentales. Así, 80% de su comercio se mantuvo con la Comunidad Europea, y la disputa con su principal proveedor militar, Estados Unidos —por la negativa de Túnez a participar en la Guerra del Golfo— fue breve. En el contexto internacional post-Guerra Fría, el concepto de amistad estadounidense-tunecina volvió con firmeza a la agenda cuando los dos gobiernos comenzaron a colaborar para combatir al salafismo yihadista. Ben Ali utilizó la amenaza del islamismo y el contagio de la guerra civil en la vecina Argelia para enterrar el pacto nacional por la democracia y fortalecer su autoridad personal sobre el país. La sociedad tunecina, conmocionada por las atrocidades cometidas en Argelia, aceptó la forma de estabilidad propuesta por Ben Ali como el menor de los males. Por esa vía, el presidente redujo la política exterior de Túnez a un instrumento para asegurar su permanencia en el poder. Esto es, la política exterior se redujo a un instrumento de represión interna y para fortalecer un sistema económico neopatrimonial (Hibou, 2006). Después del ataque al World Trade Center en Nueva York, en septiembre de 2001, el presidente tunecino se unió a la guerra contra el terrorismo del Presidente George W. Bush y a la vigilancia antiterrorista de la Organización del Tratado de América del Norte (OTAN) en la región mediterránea. La Asamblea Nacional de Túnez, subordinada al partido político de Ben Ali, adoptó una nueva ley antiterrorista inspirada en la Patriot Act de Estados Unidos. Esa legislación sirvió sobre todo para someter a la sociedad tunecina a un régimen de opresión y miedo con el pretexto de la seguridad.
El otro sello distintivo de la política exterior fue el sesgo economicista y neoliberal. Si bien prioridad de los objetivos económicos en las relaciones exteriores no era una innovación per se, la presidencia de Ben Ali destacó por la determinación con la que Túnez se adaptó a las normas y prácticas de la gobernanza económica global neoliberal y sus instituciones financieras, sin atisbos de hostilidad o sospecha. En 1988, firmó un acuerdo de financiamiento con el Fondo Monetario Internacional.
Para Ben Ali, el mundo árabe tenía importancia secundaria en comparación con los socios occidentales y las instituciones financieras (ciertamente, con matices ocasionales). La herramienta diplomática, teóricamente sinónimo de neutralidad, fue pervertida. Si bajo Habib Bourguiba la participación del Congreso había sido puramente formal, Túnez contaba un cuerpo diplomático profesional y relativamente autónomo ( Brondino, 2004 ). Pero durante la larga presidencia de Ben Ali, las embajadas y los consulados llegaron a participar en la persecución de opositores exiliados y en el monitoreo de la diáspora. Diplomáticos de carrera, que legítimamente podían aspirar a convertirse en jefes de misiones diplomáticas, vieron su ascenso frustrado por el “paracaidismo político”. Otros jugaron la carta de la politización excesiva.
La concepción de papeles nacionales para el “nuevo Túnez”: entre el consenso y la disputa
La movilización tunecina, conocida como “Revolución del Jazmín” (diciembre 2010-febrero 2011), defendía una ruptura con el pasado y la disolución del antiguo régimen. El 1 de marzo, el partido islamista Ennahda fue legalizado después del regreso de su líder Rached Ghannouchi del exilio. A partir de marzo de 2011, se convocó a Béji Caïd Essebsi para conformar el gobierno y conducir la transición hasta las elecciones de octubre de 2011.
La evolución del ámbito interno en los dos años y medio tras el derrocamiento de Ben Ali, inevitablemente afectaron la sinergia tanto esperada entre las necesidades de desarrollo interno y la política exterior. Primero, la base legal para la política exterior se caracterizó por la ambigüedad. Las instituciones del antiguo régimen estaban muy deslegitimadas, mientras que las del régimen entrante aún no se ponían realmente a prueba. La situación interna se caracterizó por otras tres dinámicas: 1) la gran descentralización del poder político entre las diferentes órdenes de gobierno y, en general, una profunda ruptura institucional representada por la prohibición del partido de Ben Ali; 2) la crisis económica, y 3) a partir del segundo semestre de 2011, la visibilidad de antiguas y nuevas amenazas a la seguridad interna, pública y nacional (fronteriza). A lo largo de diez meses, Essebsi pilotó con brío democrático el proceso que condujo a las elecciones a la Asamblea Constituyente de octubre de 2011, cuyos ganadores fueron los islamistas de Ennahda. Ser un político veterano con experiencia diplomática le facilitó a Caïd Essebsi desempeñar un papel decisivo en el tratamiento de ciertas preocupaciones nacionales y externas del país 1 , en particular mediante la movilización de apoyo externo para salvar al país del colapso económico y financiero (Fernández-Molina, 2019: 46).
Paralelamente, con el impulso de recuperar prestigio internacional como país de la democratización, la diplomacia tunecina comenzó a ratificar gran cantidad de convenciones internacionales, exigidas con entusiasmo durante años por toda la sociedad civil tunecina (Briji y Rummel, p. 38). El gobierno de transición liberó prisioneros políticos, permitió a los tunecinos en el exilio regresar libremente al país, levantó la censura, garantizó la independencia y el pluralismo de los medios de comunicación, autorizó la formación de partidos políticos, eliminó las restricciones a las instituciones de la sociedad civil, invitó a las instituciones internacionales a seguir y observar la organización y la conducción de elecciones. El país también adhirió a varias convenciones y tratados de importancia humanitaria, incluido el Estatuto de Roma sobre la Corte Penal Internacional.
Un número sin precedentes de personalidades extranjeras visitaron Túnez, ya fuese para mostrar su apoyo a la revolución o para anunciar apoyo financiero o técnico que facilitara el éxito de la fase de transición democrática. El Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno interino, Mouldi Kefi, afirmaba que “Túnez se esforzará por restablecer su posición dentro de las Naciones Unidas de una manera que refleje la conciencia y las aspiraciones de su pueblo, así como su larga historia, rica en contribuciones positivas a las relaciones internacionales” ( Assemblée générale des Nations Unies, 2011). Evocaba el papel de Túnez como buen alumno y una empresa de nueva creación, así como los conceptos como responsabilidad y reputación. El interés en presentar la transición de Túnez como un “bien público global” con “ventajas planetarias” parecía ser un activo valioso para fortalecer la agencia de política exterior de Túnez en las instituciones internacionales ( Shroeder, 2015). La voz de Bruselas de “apoyo y reconocimiento al pueblo tunecino y sus aspiraciones democráticas”, reforzó el anterior papel de la política exterior del país como “estudiante modelo de la Unión Europea” ( Pfeil, 2011 ).
Paralelamente, la “Primavera Árabe” trajo nuevos actores externos influyentes y desafíos. Así, por ejemplo, la aparición de partidos islamistas en Túnez (y Marruecos) permitieron a Qatar fortalecer sus lazos con estos países e intensificar la cooperación en los ámbitos económicos y de inversión. La figura religiosa transnacional, Yusuf al Qardawi —la pieza central de la diplomacia de Qatar—, apoyó explícitamente la transición a Túnez para que sirviera “como laboratorio para el resto del mundo árabe”. Para subrayar la dimensión crucial de la experiencia tunecina, Qardawi llegó incluso a utilizar la fraseología religiosa, para insistir más en el carácter sagrado que debería tener el éxito tunecino ( Ennasri, 2017 ). Inclusive, el Primer Ministro de Qatar, Hamad al-Thani, declaró que “Occidente debería abrazar el auge de los movimientos islamistas” ( Financial Times, 2011).
La campaña electoral estuvo entonces dominada por dos temas clave: el de romper con el pasado y el del lugar del islamismo en el sistema político en construcción. El conflicto entre dos tendencias, la modernista y la islamista, se volvió más apremiante, pues si bien ambas exigían democracia, derechos humanos y libertad, los islamistas se volvieron un competidor al mismo nivel en un espacio político liberalizado ( Mohsen-Finan, 2018a).
Con ese telón de fondo, en aquellos escasos diez meses de gobierno interino, las crisis políticas en Libia y en Siria se desenvolvían con velocidad.
Con respecto a Siria, donde comenzó el levantamiento —el 15 de marzo de 2011— contra el régimen de Asad, el gobierno de Essebsi, tras algunos meses de silencio, decidió retirar al embajador de Túnez en Siria, Adel Othman, el 17 de agosto de 2011 ( Business News, 2011 ). La medida se vio presionada por activistas tunecinos que protestaron frente a la embajada siria en Túnez para expresar su indignación ante la represión por parte de Damasco ( Reuters, 2011).
Las decisiones ante Libia respondieron, por su parte, a la percepción de amenazas más apremiantes, resultado de la cercanía geográfica. El gobierno tunecino celebró, el 23 de marzo de 2011, la intervención de la Organización del Tratado del Atlántico Norte que facilitó el derrocamiento del régimen libio de Muammar Qaddafi ( L’Orient-Le Jour, 2011). Además, Túnez fue uno de los primeros países en reconocer al Consejo Nacional de Transición (CNT) instalado en Benghazi. Era imperioso conservar los vínculos económicos, pues el comercio entre Túnez y Libia fue más alto en el Norte de África en 2009 y 2010 2 , más aún porque la situación de colapso, a raíz de la caída del régimen de Muammar Gaddafi, desencadenó flujos de migración forzada, tráfico de armas y un aumento de la actividad terrorista, incluida la nueva rama libia del Estado Islámico. Todo esto explica que las autoridades a cargo de la transición adoptasen una política de equilibrio. Hacia Libia, bajo el gobierno interino de Essebsi, se mantuvo el diálogo con el antiguo régimen, al tiempo que se apoyó a la oposición rebelde del Consejo Nacional de Transición, formada el 27 de febrero de 2011, en Benghazi. 3 Asimismo, el 18 de marzo de 2011, el portavoz del gobierno tunecino aclaró que Túnez jamás participaría en una intervención militar contra Libia. De forma paralela, la cooperación regional se presentó como una tradición importante y una necesidad. De hecho, la primera visita exterior de Béji Caïd Essebsi como Primer Ministro provisional fue a los vecinos argelinos y marroquíes en marzo de 2011.
Es claro que la geografía y la economía explican las diferencias en las políticas de Túnez hacia Libia y Siria en este breve primer período de la transición. Al mismo tiempo, difícilmente puede omitirse el peso de la figura de Essebsi y su sistema de creencias mediante el cual interpretaba la situación no pueden soslayarse. Como Juliet Kaarbo sostiene, los líderes pueden expresar diferentes roles, incluso si no creen en ellos, para apaciguar a los miembros de la coalición, los partidos de oposición y la opinión pública (Cantir y Kaarbo, 2012: 9). Esto parece confirmarse en el caso de Béji Caïd Essebsi. El hecho de que defendiese en aquellos meses una concepción de papel nacional para Túnez como ejemplo de democratización, pudo haber sido el resultado de su lucha política o, más aún, pudo tratarse del uso estratégico de ese papel para otros propósitos. Uno de ellos se revelará crucial hacia 2013: continuar el proyecto modernista de Bourguiba, en el que Essebsi participó como ministro, y con su propia misión de Primer Ministro en la transición política de 2011.
La Troika
En diciembre de 2011 se instaló un gobierno de unidad entre los islamistas del movimiento Ennahda y los partidos Ettakatol y el Congreso para la República (CPR). La Presidencia de la República recayó en la figura carismática de Moncef Marzuki, del Partido Congrès pour la République (CPR), la presidencia de la Asamblea Constituyente en la figura de Mustafa Ben Jaafar (Etakattol), y la jefatura de gobierno en el partido islamista Ennahda. Este último encabezó dos gobiernos, el de Hamadi Jebali (diciembre 2011 a marzo de 2013), y el de Ali Laarayedh (13 marzo 2012–28 enero 2014).
De febrero de 2011 hasta la proclamación de la Constitución, en enero 2014, los efectos de la liberalización política en la política exterior fueron relativamente pronunciados. Como actores y objetos de un sistema de percepciones, las personalidades y el estilo individuales tuvieron mayor influencia en la redefinición del papel de Túnez en los asuntos mundiales. Además, el sistema internacional favoreció ese nuevo papel: Túnez era percibido como el país donde todo estaba por hacerse; el modelo de la innovación. Para Francia y otras potencias occidentales, Túnez era la oportunidad de deshacerse de su imagen de países que apoyaron la dictadura en ese y otros países del Norte de África y Medio Oriente.
Durante estos años, el equilibrio entre pragmatismo y principios en el papel de Túnez se concibió y persiguió de formas contrastantes. Muy pronto hubo, en principio, una política exterior oficial conjunta, derivada de la concepción de Túnez como una nación pionera de democratización e innovación. Sin embargo, esa política oficial se expresó en dos políticas paralelas por las que se buscaba concretar dos papeles en tensión: una, implementada por el Presidente de la República, Moncef Marzouki, y otra, encarnada por el Primer Ministro Hamadi Jebali (partido islamista Ennahda). Si bien ambos respondían a la orientación general del modelo tunecino como ejemplo de democratización en el mundo árabe, la diplomacia presidencial pareció inspirarse en una concepción de Túnez como “militante de la democracia en el mundo árabe”. Este papel buscó materializarse en una política exterior que podemos caracterizar “de resistencia”. El movimiento Ennahda, por su parte, insistió en la concepción de Túnez como una especie de “tutor de la democracia islamista en el mundo musulmán”, un papel que tomó la forma de una política exterior que podemos denominar como “conservadora”.
Afirmar a Túnez como un país de contrapeso, de equilibrio, mediante el activismo en instituciones internacionales y regionales se vinculaba con la necesidad de explotar el papel normativo de Túnez. Su traducción en la política hacia Siria y Libia fue contrastante.
En el tema sirio, las decisiones de Túnez generaron particular malestar. Por un lado, tanto Marzouki como Ennahda rechazaban la intervención militar extranjera en Siria (Le Figaro, 2011; Spiegel International, 2012). Por otro lado, el 13 de febrero de 2012, Túnez encabezó, por la voz del diplomático de carrera, Othman Jerandi, la creación del Grupo de Amigos del Pueblo Sirio en la Asamblea General de las Naciones Unidas (U.S. Department State, 2012). Marzouki incluso declaró que el asiento de Siria en las Naciones Unidas “debía ser entregado a la Coalición Nacional Siria”, y llegó a elaborar una propuesta de solución política en ese país, que otorgaba al presidente Bashar al-Asad y su familia inmunidad judicial y un lugar seguro de exilio (en Rusia) (Scheinder, 2012). Estas decisiones y declaraciones culminaron con la expulsión del embajador de Siria en Túnez, el 24 de febrero de 2012. La ruptura de los lazos diplomáticos entre Siria y Túnez se completó en febrero de 2012, mientras que el Presidente Marzouki y el Ministro de Relaciones Exteriores, Rafiq Abdessalem, salido de las filas de Ennahda, organizaba la recepción, el mismo mes, en los suburbios del norte de Túnez, de la primera Conferencia Internacional de Amigos de Siria, en la que estaba representado el Consejo Nacional Sirio (CNS, dominado por la Hermandad Musulmana).
En el tema libio, el liderazgo político, representado en la Troika, apoyó la intervención de la OTAN, lo cual pareció coincidir también con el sentir de buena parte de la población. Un síntoma de ello parece la posición de Abdelhakim Belhadj, ex yihadista libio convertido en líder político y que, como resultado de su larga trayectoria en organizaciones islamistas en su país y en Afganistán, había sido encarcelado en Trípoli entre 2004 y 2010 ( Asharq Al-Awsat, 2011). Como parte de sus actividades, Belhadj expresó su apoyo a la intervención de la OTAN (The Washington Post, 2017).
En este contexto, la profundización de la coordinación y cooperación con los vecinos del Maghreb fue una prioridad para el nuevo liderazgo. Así, en 2012 el presidente Marzouki hizo un llamado a relanzar la Unión del Magreb Árabe (UMA). Sus primeras visitas al extranjero fueron a sus países miembros entre el 8 y 14 de febrero del mismo año ( Jeunu Afrique, 2012). En una de ellas, afirmó que “Túnez, Marruecos y Argelia tienen un futuro común en el Gran Magreb”, y agregó que 2012 sería “el año del Magreb (jaZairess, 2012; State Afrique, 2012). Una combinación de preocupaciones económicas y de seguridad hacía que Túnez jugase un papel con sus aliados del Magreb para encontrar una solución a la crisis libia. También llevó a una mayor cooperación fronteriza militar con Argelia.
En la crisis posrevolucionaria, la Troika buscó representar los principios de la revolución en sus relaciones externas, que incluían una variedad de roles posibles, aunque no necesariamente convergentes. Asimismo, revela que la élite asumía unos, pero otros no, o no todo el tiempo, y que en su seno algunos papeles generaron divisiones.
En el escenario de una situación económica complicada —cifras de desempleo nacionales superiores al 18% en 2011 y de 42% para la población tunecina entre 15 y 24 años ( Banco Mundial, s.f.)— y de una geopolítica incierta, las personalidades de los individuos o, como los llama Michel Camau, los “operadores carismáticos” (Camau, 2004:173), suelen tener mayor influencia en la redefinición del quehacer político y de la política pública en general. Desde la discusión y el análisis comparado de política exterior, se han identificado las condiciones por las que la personalidad y cosmovisión de los líderes tiene mayor influencia en el diseño de la política externa ( Holsti, 1976 ; Greenstein, 1987). En este sentido, es relevante conocer ciertos aspectos clave de la identidad de los miembros individuales de la élite que se pronuncian a favor de ciertos papeles. Por ejemplo, las trayectorias de Marzouki, Ben Jaafar, y sus primeros ministros como Hamad Jebali y Ali Larayed (ambos islamistas), eran relativamente similares. Habían conocido la represión y el exilio. Las creencias personales de Moncef Marzouki no dejan lugar a dudas de su proyecto de nación en el exterior: “Mi verdadera obsesión es ayudar a sentar las bases para el pensamiento árabe de los derechos humanos” (….) “Todos cuentan con Túnez para establecer el tono de las nuevas democracias en la región” (Marzouki, Geisser, 2011).
Al tiempo que las concepciones de los papeles de ciertas figuras individuales desempeñaron un papel crucial en la redefinición de la política exterior tunecina en el período inmediato posterior a Ben Ali, la influencia de la burocracia de la política exterior se redujo —incluso si ciertas posibilidades y factores idiosincrásicos aumentaron temporalmente el papel del Ministerio de Asuntos Exteriores, como ocurrió con el Ministro Rafik Abdessalem, entre el 24 diciembre de 2011 y el 30 marzo de 2013)— ( Gorjão, 2002 ; Alden y Aran, 2016). A esto se agrega la naturaleza de la política partidista en Túnez, la cual se ve afectada por la personalización del líder del partido, el cual también suele ser su fundador (Geisser y Pérez, 2016). Por último, como ha revelado el trabajo de Kaarbo y Beasley sobre los gobiernos de coalición (Karboo y Beasley, 2008), los gabinetes multipartidistas tienden a elegir una política exterior más “extrema” (tanto más cooperativa como más conflictiva) que los gabinetes de un solo partido.
Diversos factores ayudan a explicar el conflicto de roles concebidos. Uno de ellos fue, sin duda, la función indefinida de las instituciones. Respecto de las prerrogativas en materia de defensa, la constitución temporal promulgada por la Troika, en diciembre de 2011, hizo del control de las fuerzas armadas un área de competencia compartida entre el Presidente de la República y el Primer Ministro. Eso afectó en el caso libio, lo mismo que lo hicieron luchas de poder entre la oficina de la Presidencia y el Ejército. Un punto álgido de las tensiones en este sentido giró en torno a la cuestión de la extradición del ex Primer Ministro libio, Baghdadi Mahmoudi, exiliado en Túnez desde 2011 y encarcelado en la prisión de Monarguia. En noviembre de 2011, el Consejo Nacional de Libia solicitó su extradición. En junio del año siguiente, el Primer Ministro la autorizó, en contra de los deseos del Presidente de la República, Moncef Marzouki. Este acusó al Jefe de Estado Mayor de haber tenido conocimiento de las operaciones sin haberle informado ( Abrogui, 2012; Leaders, 2013).
En segundo lugar se observa el rechazo de parte de la sociedad y la élite política y burocrática; el cuerpo diplomático criticó continuamente las acciones de la Troika calificándolas de amateurismo e ingenuidad, que daban la espalda a los fundamentos de la política exterior tunecina. Basta consultar las publicaciones del sitio web de embajadores y cónsules de Túnez desde finales de febrero de 2011 para constatarlo ( Ghorbal, 2014 ). Si bien el período de la liberalización no cuestionó en lo general al cuerpo diplomático profesional, es un hecho que la maquinaria diplomática tradicional no acompañó sistemáticamente las concepciones defendidas por los protagonistas. Esto pudo haberse debido, en parte, al proceso por el cual se dejó a los cuadros del partido presidencial en el anonimato político tras su disolución por orden judicial. Varios ministros y gobernadores que sirvieron bajo el régimen anterior fueron destituidos; también se retiraron de sus puestos a los embajadores designados antes del 14 de enero (Heurtaux, 2018, en Allal y Geisser, 2018). El poco peso que tuvo en esos años la burocracia de política exterior, también se puede explicar por la ambición del partido Ennahda de controlar el nombramiento de uno de sus miembros al frente de los asuntos internacionales en la persona de Rafik Abdessalem (quien destacó por escándalos sexuales y corrupción, y que carecía de entrenamiento diplomático).
Por su parte, la opinión pública pesó relativamente, en el marco de un creciente antagonismo entre la izquierda tunecina y los islamistas: el recién creado partido Nida Tounes (el llamamiento de Túnez), que reivindicaba el legado de Habib Bourguiba, así como la izquierda radical y marxista del Frente Popular y los ex comunistas del partido al-Massar, se manifestaron en el verano de 2013 por la renuncia del gobierno islamista mayoritario de Ali Larayedh.
En la cuestión siria se presentó una oposición vertical, esto es, entre la élite y las masas, y una horizontal (entre las élites gobernantes y la oposición política institucionalizada e informal, así como en el seno de la burocracia) a las concepciones de los papeles nacionales del nuevo Túnez. En efecto, la crisis revolucionaria siria desencadenó la confrontación entre los izquierdistas árabes y ciertos islamistas, principalmente la Hermandad Musulmana. La movilización de parte de la izquierda tunecina en favor de Bashar al-Asad y de sus aliados, el Hezbolá libanés y la República Islámica de Irán, tuvo incluso su aspecto armado: desde 2013, varias docenas de voluntarios tunecinos, reivindicando legados de marxismo-leninismo y de nasserismo se unieron a la defensa del régimen sirio en el este de Guta, al este de Damasco, en los frentes de Homs o Quneitra, en los Altos del Golán, en una Guardia Nacionalista Árabe (GNA) ( Dot-Pouillard, 2015 ; Dot-Pouillard, 2012; Allal y Geisser, 2018).
Los roles que los actores sociales y políticos daban a Túnez eran divergentes porque las lecturas de la crisis en Siria lo eran también. La primera lectura era revolucionaria y democrática; esto es lo que pasaba en Siria, el levantamiento popular en el linaje de Túnez o Egipto, según el paradigma del “pueblo contra el régimen”. Para otros, desde una lectura anti-imperialista, la guerra civil siria derribaría a un Estado opuesto a Israel. Desde finales de 2011 hasta principios de 2014, alimentó las crecientes divisiones, por un lado, entre la Troika liderada por el partido islamista Ennahda, y por el otro, la izquierda, desde el Frente Popular hasta los ex comunistas de al-Massar, pasando por ciertas franjas del antiguo Partido Democrático Progresista, renombrado al Partido Republicano en abril de 2012, hasta el Partido de los Trabajadores Comunistas de Túnez y el poderoso sindicato UGTT. La excepción fue Ettakatol, el partido de Mustafa Ben Jaafar, uno de los tres socios del gobierno de la coalición. Con todo, hay que notar que si bien el movimiento islamista tunecino ciertamente apoyó el levantamiento sirio, el liderazgo pragmático de Rached Ghannouchi mantuvo las puertas abiertas a Irán o Hezbolá. No resulta sorpresivo que esa ambigüedad de los islamistas displaciera a Marzouki.
El antagonismo entre la Troika y una amplia franja de la oposición creció en el invierno de 2012, y alcanzó un punto álgido a raíz de diversos acontecimientos: los asesinatos consecutivos de los opositores Choukri Belaïd y Mohamed Brahmi, en febrero y julio de 2013; las salidas masivas de jóvenes tunecinos en Siria para luchar en las filas de Jabhat al-Nosra, cercano de Al-Qaeda; las pérdidas infligidas al ejército por AQMI (El Qaeda en el Magreb Islámico), en Jebel Chaambi (Pluta, 2018), y otros ataques contra las fuerzas de seguridad tunecinas entre 2013 y 2014; las acciones de Katibat Uqba bin Nafi (KUIN), otra rama de al-Qaeda que operaba a lo largo de la frontera entre Túnez y Argelia, y un ataque en 2014 contra el ex ministro del interior de Túnez, Lofti Ben Jeddou. Los debates entre los miembros de la Asamblea Constituyente sobre el lugar del islam en la futura constitución tunecina polarizaron aún más la escena interna.
Una tercera fuente de conflicto fueron las expectativas de los países regionales, en particular la desconfianza de Argelia, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), debido al factor islamista tunecino. Mientras que los Emiratos dieron el paso drástico de llamar a su embajador en Túnez en 2013, Arabia Saudita otorgó a Ben Ali y su familia un santuario en el Reino ( Trotta, 2018; Cherif, 2017). Con el pretexto de que el futuro de la política y la seguridad de Túnez era demasiado incierto, detuvo sus inversiones en el país. 4 Esto era una piedra en el camino del nuevo Túnez de estabilizar y diversificar la economía.
Un cuarto motivo de conflicto fue la diversidad de papeles estratégicos y sus diferentes líneas y niveles de acción. En otras palabras, la adhesión a un rol revolucionario y de derechos humanos, por un lado, y el compromiso continuo de desplegar políticas centradas en la seguridad nacional e interna, resultaban tareas incompatibles o, por lo menos, divergentes. El tema de la seguridad se imponía a medida que, a partir de 2013, el gobierno tunecino informaba que unos tres mil tunecinos habían abandonado el país para luchar por el autoproclamado califato en Siria e Irak, mientras que otras estimaciones estimaban una cifra superior a los seis mil (Cook y Vale, 2018: 16). Algo similar ocurría en el plano económico: la renuencia a aceptar los términos habituales del FMI de medidas de austeridad y recortes en el gasto público agudizaba el dilema, entre, por un lado, priorizar la inclusión socioeconómica, la creación de empleo y las políticas en favor de los pobres para estabilizar el proceso de transición democrática, y realizar reformas para seguir recibiendo ayuda externa.
Como sugiere Aggestam, el conflicto apareció cuando son incompatibles entre sí las concepciones de roles dominantes en un conjunto más amplio de roles ( Aggestam, 2006 : 23). Según este autor, hay varias razones por las que pueden aparecer conflictos de roles. Primero, un conjunto de roles incluye muchos roles, “varios de los cuales se generan a partir de diferentes contextos institucionales, tanto nacionales como internacionales”. En segundo lugar, el conflicto de roles aparecerá “cuando cambien las condiciones y el contexto en el que se formularon originalmente” ( Aggestam, 2006 : 23).
En efecto, y esta es una quinta razón del conflicto de roles: las condiciones cambiaron. Principalmente, la redacción de la Constitución quedó completamente paralizada por el debate ideológico en un contexto de inseguridad pública y nacional crecientes, a lo que se sumó el derrocamiento mediante un golpe de Estado, en el verano de 2013, del presidente islamista de Egipto, Mohamed Morsi.
Reactivando un diálogo iniciado por la Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT), se propuso una salida a la crisis. El diálogo culminó en enero de 2014 con el establecimiento de un gobierno compuesto por personalidades independientes y dirigido por Mehdi Jomaa (29 enero 2014 – 6 febrero 2015). Con Mongi Hamdi, Taïeb Baccouche, Khemaies Jhinnaoui, volvieron a escena diplomáticos de carrera. Ya desde el tercer y último gobierno de la Troika, encabezado por el independiente y tecnócrata Mehdi Jomâa, se había dado prioridad explícita a “restaurar la imagen de Túnez”. Varios ministros de perfil tecnocrático se eligieron en función de su experiencia internacional, como Ghazi Jomaa, Kahim Ben Hammouda, Kamel Ben Naceur, Hatem Atallah. Jomâa también emprendió la revisión de los nombramientos partidistas realizados por sus predecesores en el cuerpo de embajadores y cónsules. Los sindicatos del personal del Ministerio de Relaciones Exteriores así lo habían exigido ( Kapitalis, 2014)
Mientras tanto, aislado en el plano interno, regional e internacional, particularmente desde el golpe de Estado contra el Presidente islamista Morsi en Egipto, el partido islamista tunecino Ennahda encontró oportunidad, en el verano de 2014, de aliarse con un partido ecléctico, Nidaa Tounes, que Béji Caïd Essebsi había fundado en 2012. El objetivo de ambos era superar el momento de tensión extrema durante el cual una parte de la sociedad exigía la salida del gobierno de Laarayedh. Nidaa Tounes inmediatamente comenzó a desarrollar una política exterior paralela a la figura de su fundador, Béji Caïd Essebsi, quien empezó a echar mano de sus redes personales que durante años había tejido en Egipto, EAU, Arabia Saudita y Argelia ( Asharq Al-Awsat, 2014). Essebsi llamó, entonces, a la movilización para “rehabilitar y salvar el proyecto modernista de Bourguiba, para restaurar el Estado que debe proteger a los ciudadanos ( Orient XXI, 2015). En el contexto interno de la presidencialización progresiva en torno a su figura, de la creciente violencia del terrorismo y de un escenario internacional que cambió dramáticamente desde 2013, los temas de defensa y seguridad comenzaron a tomar creciente importancia en la dinámica de legitimación de la política (Pluta, 2018).
La presidencia de Essebsi
En diciembre de 2014, Béji Caïd Essebsi fue elegido Presidente de la República. Era el primer Mandatario tunecino en ser elegido democráticamente, libremente y por sufragio universal directo, según lo dispuesto en la nueva Constitución aprobada en enero de 2014. Esta señala de manera explícita, en su preámbulo, la identidad de Túnez: “árabe e islámica”. Asimismo, estipula que la política exterior es un área en la que el jefe de Estado y el jefe de Gobierno no pueden decidir ni actuar unilateralmente. El papel del jefe de Gobierno es más proactivo, en particular porque es quien define la agenda y, tras consultar al Presidente, nombra a los Ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa. Tiene además un papel esencial en la Asamblea de Representantes del Pueblo. Por su parte, el Presidente es el jefe de las Fuerzas Armadas, y es quien “define políticas generales en los campos de defensa, relaciones exteriores y seguridad nacional”. Ello “en consulta” con el jefe de Gobierno.
En este nuevo período se registran algunas cacofonías entre ministerios y presidencia, que no se debían tanto a un desacuerdo profundo sobre el papel de Túnez, sino a las presiones de actores externos. Así, por ejemplo, bajo el gobierno de Habib Essid y el Ministerio de Exteriores a cargo de Taïeb Baccouche, Túnez restableció el contacto con Damasco mediante el envío de un cónsul a Siria, Ibrahim Fouari. Al día siguiente de la decisión, el Presidente Béji Caïd Essebsi, en una entrevista al telediario France 24, afirmó que él no había aprobado la decisión, agregando que “la política exterior es una de las prerrogativas presidenciales y el ministerio debe implementar la estrategia dictada por la Presidencia” (Essebsi, 2015). La contradicción sembró
la confusión sobre la naturaleza de las
relaciones de Túnez con el gobierno sirio. Otro episodio se relacionó con el texto que adoptó el Consejo de Ministros Árabes del Interior, reunido bajo el patrocinio del Presidente Béji Caïd Essebsi, el cual condenaba las “prácticas y actos terroristas” de Hezbolá. A este se le acusaba de buscar “desestabilizar a ciertos países árabes”. Este desafío frontal, al parecer, fue el resultado de la intensa presión de los representantes de las seis monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), que ya habían adoptado un texto al respecto el mismo día y cuya intención era denunciar el apoyo militar del partido libanés al régimen de Bashar al-Asad, y aislarlo diplomáticamente. En Túnez, como en Argelia y Marruecos, la difusión de este comunicado de prensa generó un amplio y acalorado debate en redes sociales (Belkaïd, 2016).
En el tema sirio, el apoyo de parte de la izquierda tunecina al régimen de Bashar al-Asad aumentó con el paso de los años. En marzo de 2016, Zouhair Maghzaoui, secretario general del Movimiento Popular, un pequeño grupo nasserista, pronunció un discurso en Damasco durante una reunión para apoyar la elección de la resistencia, en presencia de muchos delegados libaneses del Hezbolá y del Partido Comunista Sirio. Ocho meses después, el sindicato de educación primaria de la UGTT llamó a sus miembros a organizar una delegación tunecina en apoyo del régimen Asad. Por su parte, la guerra en la vecina Libia también fue polarizando el panorama político de Túnez, al volverse progresivamente el escenario de la rivalidad entre Turquía y los bloques liderados por EAU ( Zaman, 2020).
La evolución institucional y el equilibrio de las fuerzas políticas hacia una presidencialización creciente, tras la elección de Béji Caïd Essebsi en 2015, contribuyeron a favorecer las concepciones de los roles prioritarios de esa figura veterana. Bajo la asociación de Nidaa Tounes y Ennahdha, Túnez se concibió ante todo con un papel del “país de la estabilidad, el diálogo y la reconciliación”, lo que se concretó en una política exterior que podemos llamar “democrático-securitaria”.
En efecto, durante el gobierno del primer ministro Habib Essid (6 febrero de 2015–27 agosto 2016) y sus Ministros de Relaciones Exteriores, Taïeb Baccouche y Khemaies Jhinnaoui, en sus declaraciones destacan alusiones a Túnez como “una empresa de nueva creación”; “Túnez, el buen estudiante”; “el país de la estabilidad” ( Shroeder, 2015). Asimismo, Essebsi profundizó sus relaciones con las monarquías del Golfo, las cuales continuaron interfiriendo en la política interna y exterior tunecina ( Mohsen-Finan, 2018b).
De esta forma, la diplomacia de las redes de Ghannouchi y la de Essebsi resultaban complementarias. Esto ayudó a diluir la tensión con los Emiratos, aunque no cesó del todo. La política exterior tunecina en Libia y el gobierno de consenso entre Essebsi y los islamistas nunca contaron con el beneplácito de Abu Dábi (Middle East Eye, 2017). El mismo líder de Ennahda lo evocaba con estas palabras en una entrevista de Assharq al Awsat: “Túnez se considera hoy un ejemplo que podría seguirse en Libia. Es un modelo de reconciliación entre los islamistas y los laicos y, al mismo tiempo, entre los revolucionarios y los partidarios del antiguo régimen”. Añadió que “estamos en contacto con todos los partidos libios, incluidos los Gaddafistas, los revolucionarios, los islamistas (...)”. Ante la acusación contra él y su partido de llevar a cabo una diplomacia paralela, Gannouchi respondió: “sería si se opusiera a la diplomacia oficial. Más bien es la diplomacia popular la que sirve a la diplomacia oficial. […]” ( Asharq Al-Awsat, 2014).
En el plano económico, para Mehdi Jomaa, Habib Essid y Béji Caïd Essebsi era especialmente necesario perseverar en la búsqueda de ganancias económicas mediante la diversificación de la diplomacia económica. La Unión Europea continuó siendo un socio cercano a pesar del interés en fortalecer las relaciones con el Golfo. Según algunas encuestas, entre las élites políticas nacionales y la opinión pública posteriores a 2011 se mantuvo una suerte de consenso favorable a la proximidad con Europa: 76% de los tunecinos tenía una imagen positiva o neutral de la misma […] (Fernández-Molina, 2019: 35). Al mismo tiempo, se buscó reequilibrar las relaciones con los miembros de la UE, por ejemplo, mediante un acercamiento pronunciado a Alemania. Entre 2011 y 2013 Túnez recibió alrededor de 40 millones de euros por parte de Berlín, mediante la política de transformación para promover la democratización y el desarrollo en el Norte de África (Ratke, 2016: 6). Además, a principios de 2012 se estableció la Asociación Tunecina-Alemana, la cual financió más de cien proyectos de desarrollo entre 2012 y 2013 ( Deutsche Welle, 2013).
Asimismo, Túnez rompió con un tabú revolucionario: en abril de 2015 el gabinete dio luz verde a la firma de un acuerdo con el FMI. También se fortalecieron las relaciones y la consulta con los países de la Unión del Magreb Árabe y se destacó el papel de Túnez en la resolución pacífica de conflictos; se continuó con la política de neutralidad, de tal manera que Túnez anunció la apertura de dos consulados, en Trípoli y Bengasi, aunque únicamente se consolidó el primero (Kapitalis, 2020).
En este período notamos la ausencia de conflicto hosco dentro de la élite y entre esta y la sociedad. Ello puede explicarse con el hecho de que la posición oficial de “neutralidad positiva” en las crisis y guerras regionales tendía a ser defendida por todas las fuerzas políticas tunecinas, incluida la izquierda. Más aún, el papel de “país de estabilidad, diálogo y reconciliación” no era, en principio, incompatible con el de “aliado contra el terrorismo”. Estos roles se reforzaron con la adopción de nuevas leyes y disposiciones, como la Ley Antiterrorista adoptada en julio de 2015 y la Ley de Finanzas Complementarias (LFC). Destacó, en particular, la propuesta que establece un fondo para combatir el terrorismo en noviembre de 2014 y la creación de la Agencia de Inteligencia de Seguridad de Defensa.
En consecuencia, se regresó a los roles de las políticas exteriores anteriores a la sublevación de 2011. Por ejemplo, se reconocieron los límites de la cooperación regional en el Magreb; se volvió a negociar con las instituciones financieras internacionales; se defendió el principio de la no intervención y resolución pacífica de conflictos, de la neutralidad positiva en todos los casos; se usaron las rivalidades regionales como herramienta de empoderamiento; se enfatizó la seguridad como objetivo de política exterior. “La guerra nos ha unido en el pasado en nuestra lucha contra el colonialismo, nos une más que nunca en la lucha contra el terrorismo” ( Leaders, 2015).
Más que el determinismo estructural o la coerción, la elección de las autoridades tunecinas fue dictada por la convergencia de concepciones de roles vinculados con intereses entre las élites de Túnez y sus socios; entre estos últimos se cuentan países acreedores. Quizás también “el regreso a los rieles” de la política exterior tradicional podría interpretarse en el contexto de la restauración sustancial de la élite del antiguo régimen ( Boubekeur, 2016 ; Guguen, 2014).
Sin embargo, la continuidad no parece total; hay diferencias en la naturaleza y el grado de los ajustes en los papeles que no parecen meramente cíclicas. Después de 2011, las CPN se volvieron parte de la competencia política y electoral interna. Asimismo, se nota un uso diferente de los instrumentos para poner dicho papel en práctica. Esto es, explotar el papel de un país de estabilidad, diálogo y reconciliación, se puso al servicio de nuevas tendencias o inclinaciones. Una de ellas fue un acercamiento pronunciado a Argelia y el subsecuente debilitamiento del prisma promarroquí, en particular con la cuestión del Sahara Occidental 5 ( Mohsen-Finan, 2018b). En febrero de 2016, el Primer Ministro Habib Essid canceló un viaje a Marruecos para evitar asistir a una conferencia celebrada en la disputada ciudad de Dakhla en febrero de 2016 ( Orient XXI, 2017). Semanas después, Essid se refirió a la zona disputada como Sahara Occidental, en vez de Sahara marroquí ( Orient XXI, 2017). Frente a la situación en Libia, Argel y Túnez establecieron un punto de “convergencia” en el que expresaron su “rechazo a cualquier injerencia extranjera en Libia y su apoyo a todos los esfuerzos encaminados a promover la reconciliación y el consenso entre los protagonistas libios” ( GnetNews, 2017).
Otro ejemplo que ilustra un empleo distinto de los instrumentos de política exterior lo ofrece, en el plano retórico, el discurso de Essebsi en Deauville. Su solicitud de apoyo económico y financiero (US$ 25 mil millones) para su país se articuló en torno a la importancia global y regional de la transición a la democracia en Túnez. La ejemplaridad se presentó como una característica de la identidad nacional. En palabras de Jennaoui: “La experiencia excepcional de Túnez requiere un apoyo excepcional” ( Bobin, 2016).
Conclusiones
En este texto se analizó la manera en que los protagonistas de la liberalización política pusieron en práctica una agenda de política exterior centrada en la movilización alrededor de Túnez como la “Cuna de la Primavera Árabe”.
Como repertorios de comportamiento, los roles emanan de las propias concepciones y las expectativas de los demás; son posiciones sociales que los Estados adoptan en la sociedad internacional. Las revoluciones, los cambios de régimen y el cambio de liderazgo, incluso mecanismos psicológicos, pueden cambiar las concepciones de los roles que debe desempeñar un país en la escena internacional (Cantir and Kaarbo, 2011; Wehner y Thies, 2014)
Factores estructurales del ámbito interno e internacional no determinaron todo el tiempo ni de la misma forma los comportamientos de los actores de política exterior en Túnez (cf. Guzansky, 2015 ). La forma en que diversos grupos y figuras reaccionaron a las herencias económicas, políticas, institucionales, así como a los imperativos de la geografía, revela la interacción de roles a nivel internacional tanto como la relación agencia- estructura; esta última es central en la teoría de roles como lo es en el subcampo del Análisis de Política Exterior ( Hayes, 2018 ).
Cada uno de los protagonistas de la transición buscó concretar la especificidad de los roles de Túnez en el plano discursivo, mientras que en el plano de las acciones pudo haber matices importantes que posiblemente respondían a otras concepciones de roles, como ilustran los casos de Essebsi (en tanto Primer Ministro y Presidente) y de los líderes islamistas de Ennahda.
Como se vio, la política oficial se expresó en dos políticas paralelas por las que se buscaba concretar dos papeles en tensión: una, implementada por el Presidente de la República, Moncef Marzuki, y otra encarnada por el Primer Ministro (partido islamista Ennahda). Ambos respondían a la orientación general del modelo tunecino como ejemplo de democratización en el mundo árabe, pero mientras que la diplomacia presidencial se inspiró en una concepción de Túnez como militante de la democracia en el mundo árabe, papel que buscó materializarse en una política exterior de resistencia, el movimiento Ennahda subrayaba la concepción de Túnez como el tutor de la democracia islamista en el mundo musulmán, un papel que tomó la forma de una política exterior conservadora. Tal diferencia en el peso otorgado a ambos roles se manifestó en la elección y el uso contrastantes de los instrumentos de política exterior. Esto significa que los acuerdos y las tensiones en torno al papel de Túnez como “cuna de la democracia árabe” se relacionaron más con la implementación de ese papel que con su legitimidad.
Las concepciones de los roles nacionales guían la formulación de la política exterior, pero también pueden restringirlas cuando desencadenan un conflicto interno. Como revela el caso de Túnez, la disputa doméstica sobre roles, identidades e ideas puede prefigurar cómo los regímenes persiguen sus agendas.
Resumen:
Introducción
El papel nacional de Túnez antes de 2011: del equilibrista al activo de la estabilidad
La concepción de papeles nacionales para el “nuevo Túnez”: entre el consenso y la disputa
La Troika
La presidencia de Essebsi
Conclusiones